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Se trata de una escuela que de manera ejemplar lleva ya 81 años al servicio de los discapacitados visuales de Salta.
Raquel tiene 16 años, es de Orán y es ciega desde su nacimiento. Mañana ella comenzará el octavo grado en el Colegio Nacional, en el que será su segundo ciclo integrada a una escuela normal.
El primero de estas características lo vivió el año pasado en la Escuela Indalecio Gómez y, según cuenta, lo más difícil fue sólo la primera semana porque después se adaptaron tanto ella como sus compañeros. Además, siempre contó con la ayuda de su maestra integradora.
Y así como Raquel, otros cuarenta niños de la Escuela Especial Nº 7040 Corina Lona mañana comenzarán sus clases en una institución corriente.
Todos ellos son parte de los programas de integración escolar por los cuales aquellos alumnos que una escuela especial considera que pueden ir a una común, tienen el respaldo legal que establece derechos y obligaciones para lograr su correcta inserción.
El objetivo: la integración
El Corina Lona no es entonces la excepción y desde que en 1993 se sancionó la Ley Federal de Educación, allí trabajan para que los niños con discapacidades visuales puedan ir a una escuela común.
“Partimos de que los chicos, ante todo, son niños, luego están sus discapacidades. Un maestro tiene que saber enseñar a cualquier niño y si hay alguno que es ciego, desde acá lo orientamos para que pueda trabajar con él”, así lo explica Rossana Lizondo, directora de la escuela Corina Lona.
Aquí el trabajo comienza desde los 45 días del niño, cuando se le brindan los servicios de estimulación temprana. “Lo que hacemos es ir preparándolos para poder integrarlos a la escuela común, cosa que sucede generalmente en el primero o segundo grado”, según cuenta Lizondo.
Luego, acompañan su desarrollo hasta el noveno grado, cuando consideran que ya tienen las habilidades para un desempeño más independiente en el secundario.
Así es entonces que la escuela trabaja de dos maneras: por un lado están los niños que permanecen en la institución y por el otro, las maestras integradoras, quienes trabajan con los niños ya dispersos en las distintas escuelas comunes.
Una jornada en el Corina Lona
La actividad con aquellos que todavía cursan en el predio del Colina Lona -en las adyacencias del cerro San Bernardo- son como las de cualquier escuela, si bien están las particularidades propias de una institución para ciegos.
Las actividades se desarrollan en dos turnos, mañana y tarde. Por la mañana los contenidos curriculares son los mismos que los de una escuela común y cuando terminan se les brinda el almuerzo durante el que les enseña todo aquello que otro niño aprendería sólo por imitación, como el uso de los cubiertos, por ejemplo.
Por la tarde se brindan las materias complementarias a la educación de una persona ciega, como orientación y movilidad, actividades de la vida diaria e informática para discapacitados visuales. A éstas asisten tanto los chicos de la mañana como los integrados en otras escuelas. Un movimiento poco habitual, distinto a otras escuelas, es el de los bebés, pues ellos y sus papás son los únicos que van por sesiones, para los trabajos de estimulación temprana.
La alegría de volver
Para Lizondo, los chicos disfrutan yendo a la escuela: “Creo que aquí generan el mismo tipo de vinculaciones que se dan en otras instituciones con sus compañeros y señoritas. Quienes están en integración también disfrutan venir, pues es bueno para ellos encontrarse con sus pares”.
Pero no sólo los chicos disfrutan ir a su escuela. También los maestros han generado un vínculo especial con ellos: “Hemos pasado a ser mucho más allá que sólo docentes y alumnos. A muchos los hemos visto ingresar bebitos y egresar jóvenes, los vimos ‘elevar alas’. Así es que la afectividad que nos une supera el lazo de esa relación”.
Adriana Vacaflor da cuenta de la importancia de su paso por la escuela Corina Lona. Ella es una ex alumna que actualmente está recibida de la tecnicatura de Recursos Humanos y que cada vez que tiene una excusa regresa a su primera escuela: “Siempre me gustó ir. Eramos todos iguales y es algo que uno extraña. Lo que rescato de allí es la paciencia y la dedicación. Desde ahí nos alientan, nos empujan a salir adelante”.
Un nuevo ciclo lectivo
La directora, Rossana Lizondo, tiene 28 años en la institución y ha visto los cambios fundamentales que trajo la integración escolar y el cierre del internado. Pero, como todos, este año que comienza es un nuevo desafío y sus expectativas están puestas en tener un ciclo lectivo tan productivo como el anterior, cuando se cumplieron los 80 años de la institución.
Sin embargo, la escuela quiere seguir trabajando en los nuevos objetivos planteados: “Fortalecer la educación de chicos con multidiscapacidad, no sólo ceguera, y comenzar a trabajar en su formación e inserción laboral”.
Para colaborar, la escuela Corina Lona está ubicada sobre Avda. Gurruchaga Nº 50 y el teléfono de la institución es 4212511.
El compromiso y el desafío de 36 maestras
Para el ciclo lectivo 2011 un total de 36 maestros trabajará con los, hasta ahora, noventa alumnos matriculados en la escuela Corina Lona. De ellos, las maestras integradoras son siete y cada una está a cargo de seis alumnos.
Diariamente, su trabajo consiste en acompañar a los niños con dificultades visuales en sus respectivas escuelas. Se preocupan para integrarlo en el curso, para ayudar al maestro y para acompañar al alumno en las distintas tareas cotidianas.
Así es que en una semana común, los visitan periódicamente en sus escuelas, les proveen los materiales y les pasan los exámenes y trabajos del sistema Braille a tinta, para que la maestra califique, entre otras tareas.
Ellas son las “itinerantes” que hablan con los directivos, docentes y demás alumnos para que el chico estudie en condiciones y sea integrado.
Y sin quererlo, se involucran tanto con los alumnos, que su relación va más allá de lo simplemente pedagógico: “a veces asumimos roles que no nos corresponden y debiéramos aprender a dividir. Nos involucramos tanto en sus vidas que tampoco es recomendable para ellos”.
Claudia, una de ellas, lo explica: “Eso de involucrarnos pasa por el compromiso del chico que quiere estudiar. Pues, si no le damos la oportunidad al que quiere y puede, ¿qué hacemos con el que no quiere? En la integración es común que haya conflictos, por ello hay muchos bajones y repuntes. Pero es el servicio y uno lo asume así.”
“Admiramos la valentía de nuestros chicos”, resume Claudia.
Para el trabajo en la escuela, los chicos ciegos o con dificultades visuales, necesitan de materiales extra.
Entre lo que precisan en cantidad, son plásticos y cartulinas para hacer las transcripciones en sistema Braille.